Una reflexión sobre la tauromaquia.
Por Diego Villa Caballero
“Entre
el cuello y las astas hincó su espada. Cuando hubieron matado al Toro,
arrancaron su corazón, colocándolo ante Shamash. Retrocedieron y rindieron
homenaje a Shamash. Los dos hermanos se sentaron. Entonces Ishtar subió al muro
de la amurallada Uruk, se encaramó en las almenas, pronunciando su maldición: «
¡Ay de Gilgamesh porque me injurió matando al Toro del Cielo! »”.
Tablilla
VI – Poema de Gilgamesh
El pasado domingo 10 de febrero de
2019 comenzó la nueva temporada taurina en Bogotá (Plaza de Toros la Santamaría) y las turbulencias en las arenas
mediáticas, virtuales y políticas no se hicieron esperar. A las usuales
manifestaciones de los animalistas se sumaron el video de tres niñas que
inundaron de lágrimas y sentimentalismo las redes sociales, las acciones
coercitivas por parte de la policía y una obtusa observación* expresada por un
personaje considerado relevante en la vida cultural bogotana. Antes de
continuar quisiera expresar que las
corridas de toros son eventos que no deberían ser promovidos por una sociedad
que aspira a ser civilizada; sin embargo esto no debe impedirnos acércanos
a ellas para realizar un ejercicio de comprensión sobre los motivos que
impulsan a muchas personas a volcarse sobre esta actividad con gran entusiasmo.
Respecto a si es o no una forma de arte, dejaré afuera este tema ya que
considero que es una disyuntiva que merece mayor espacio en un texto aparte.
Desde hace años el mensaje que prevalece en algunos medios, redes sociales y en las conversaciones del ciudadano común, desemboca en un rechazo mayoritario por este espectáculo en el que parece que
solo una minoría sádica perteneciente a la oligarquía puede encontrar belleza y
emoción. Esta afirmación es limitada y a menudo viene contaminada de
sectarismos políticos condimentados con rencillas de clase. ¿Estamos seguros de
que solamente la clase dominante es capaz de vibrar con un vertiginoso
enfrentamiento entre los poderíos animal y humano?, ¿qué ocurre entonces con
las corralejas populares en distintas regiones rurales de Colombia? Las
respuestas a estas preguntas podrían resultar menos obvias de lo que aparentan
ser.
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Louis-Rémy Robert - Bull's Head (1854) |
Sin embargo las preguntas claves para entender la percepción de quienes no
gustamos (me incluyo) de la tauromaquia son las siguientes: ¿qué nos dice esta
aversión sobre nosotros mismos? y ¿cuáles son los elementos que nos parecen tan
chocantes? Razonablemente nuestras respuestas apuntarían a que celebrar un
elemento de sacrificio animal va en contravía de la conformación de un
ciudadano empático, compasivo y civilizado seguido del rechazo a un despliegue
de crueldad, el derramamiento de sangre, la efervescencia emocional sin
control, la opresión y eventual muerte de una criatura que no deseó formar parte de
la actividad, pero el quedarnos solo con estos planteamientos apenas si toca la
superficie del fenómeno. A fin de comprender un poco mas es útil repasar la conceptualización y el recorrido del toro en las distintas
culturas y tiempos, de manera somera y sin pretensiones de rebasar a los mas
doctos en el asunto.
Desde los primeros soles de nuestros
días la representación del toro ha sido recurrente en diversos espacios
humanos, junto con el bisonte fue el segundo animal más representado en el arte
prehistórico de las cuevas (Altamira
y Lascaux) y fue domesticado en el
Neolítico hace casi 10.000 años. Ya sea retratado en su hábitat natural o en diferentes escenas con humanos (incluida la tauromaquia), el interés que las artes han colocado sobre el toro ha sido excepcional; lejos de la prehistoria tenemos al soberbio animal en la cerámica y en las ruinas palaciegas de la Creta minoica, en todo tipo de vasijas griegas de los periodos arcaico, clásico y helenistico, en mosaicos romanos, en el Renacimiento con Tiziano, en el siglo XIX con la serie Tauromaquia de Goya y en tiempos mas recientes en la obra de Picasso y en la del expresionista colombiano Alejandro Obregón, solo por nombrar algunos ejemplos.
En el ámbito mitológico pocos animales poseen un simbolismo tan misterioso como paradigmático; es al mismo tiempo masculino y femenino, solar y lunar, belicoso y pacifico, deidad y objeto de sacrificio. Unifica la dualidad de la que parte el proceso de la creación cósmica, fue figura central en los mitos y cultos de Mitra (Persia), Hathor y Osiris (Egipto), Indra y Shiva (India), Baal (Mesopotamia) y Zeus, Poseidón y Dionisos (Grecia) entre otros. También sirvió con frecuencia como ofrenda ritual, uno de los ejemplos más notables lo encontramos en el culto a Dionisos quien exigía a sus frenéticas seguidoras, las ménades, que despedazaran un toro vivo y consumieran su carne cruda para así convertir al animal en un simulacro del dios. Por otro lado, a causa de su gran fuerza se presenta como una prueba o enemigo a vencer en los episodios épicos de los héroes; Gilgamesh, Heracles y Teseo quienes lo derrotaron y no es descabellado verlos a ellos como los antecesores de la figura del torero.
En el ámbito mitológico pocos animales poseen un simbolismo tan misterioso como paradigmático; es al mismo tiempo masculino y femenino, solar y lunar, belicoso y pacifico, deidad y objeto de sacrificio. Unifica la dualidad de la que parte el proceso de la creación cósmica, fue figura central en los mitos y cultos de Mitra (Persia), Hathor y Osiris (Egipto), Indra y Shiva (India), Baal (Mesopotamia) y Zeus, Poseidón y Dionisos (Grecia) entre otros. También sirvió con frecuencia como ofrenda ritual, uno de los ejemplos más notables lo encontramos en el culto a Dionisos quien exigía a sus frenéticas seguidoras, las ménades, que despedazaran un toro vivo y consumieran su carne cruda para así convertir al animal en un simulacro del dios. Por otro lado, a causa de su gran fuerza se presenta como una prueba o enemigo a vencer en los episodios épicos de los héroes; Gilgamesh, Heracles y Teseo quienes lo derrotaron y no es descabellado verlos a ellos como los antecesores de la figura del torero.
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Edme Gaulle - Bull's Head (1819) |
La actividad más antigua con toros, de la que tenemos evidencia en Europa, es la del salto del toro en Creta (Edad del Bronce) lugar en el que la bestia
poseía una importante función religiosa, se trataba de un juego en el que unos
gimnastas ejecutaban riesgosas proezas acrobáticas con el toro y no se le
mataba. Algunos historiadores como Jean Tulard han planteado un posible carácter ceremonial de este espectáculo, el
cual podría estar relacionado con una conmemoración del dominio que diosa de la
isla le otorgó a los cretenses sobre el animal. Sin embargo del origen de la
tauromaquia española sabemos aún menos, se ha llegado a afirmar de manera
hipotética que los fenicios (navegantes, comerciantes y conocedores de todo el
Mediterráneo) la introdujeron en España originalmente como alguno de los
antiguos rituales orientales de fertilidad que involucraban al toro y que una
vez allí sufrió una serie de variaciones hasta tomar la forma que conocemos hoy
en día; aunque también se sostiene que si bien se trataba de una actividad
ritual, agraria y prerromana, esta era nativa de la península ibérica y
perteneciente a los pueblos iberos diestros cazadores y domadores de toros. Por
último también se ha barajado la posibilidad de que sea un vestigio de los
espectáculos romanos con toros y otras bestias panem et circenses en Hispania pero salvo por el modelo
arquitectónico de la plazas que copia al Coliseo romano no se ha encontrado una
evolución directa y definitiva entre las dos prácticas.
A pesar de estas oscuridades históricas la primera noticia documentada que se conoce actualmente sobre las fiestas
taurinas pertenece a una crónica del año 1128, recuperada y publicada por Mariano José de Larra en el siglo XIX,
en la que se relata que en la boda de Alfonso
VII (el Emperador) con su esposa, dentro de las celebraciones tuvieron
corridas de toros. Por otro lado, aunque fue una actividad más ligada a los
cristianos existen también pruebas de festejos taurinos realizados por la
nobleza árabe en el sur de España con características similares a los que
conocemos hoy en día. Después en el siglo XVII el pueblo español pasaría a
involucrarse más activamente en ellos apropiándoselos y añadiéndoles elementos nuevos como sogas. También hay
registros de varios intentos de la iglesia católica por prohibir estos festejos
desde el Medioevo hasta finales del Renacimiento, con amenaza de excomunión, al considerarlos demoníacos y malignos.
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Fresco del salto del toro - Cnosos, Creta (1450 a.C) |
Este conjunto de
información nos lleva a algunas ideas cruciales, en principio sería acertado
decir que el performance de la
tauromaquia ejecuta una dramatización de los remotos procesos de caza y
domesticación del toro, los cuales con seguridad fueron azarosos, mortíferos y
sanguinarios. Esta cualidad de entrada sacude violentamente un esquema mental contemporáneo que exalta la pulcritud social y del espacio, el
enfriamiento y la economía de las emociones y que además se empeña en desvanecer
todos los aspectos bizarros, insólitos, contradictorios y bestiales enraizados
en nuestra psique. Desde los años 80 Colombia ha vivido un proceso de expansión
urbana y movilidad social sin precedentes, en este marco a medida de que las
sociedades se alejan del campo, se organizan en urbes y se expanden en la forma
de clase media este tipo de recordatorios de nuestro pasado pagano, agrícola y
feroz resultan muy incómodos, no obstante se trata de un pasado que
históricamente abarca la mayor parte de nuestra experiencia como especie.
Debajo de la no aceptación de la lidia subyace el terror al conflicto entre
civilización y naturaleza.
¿Qué podemos decir de aquellos a
quienes les apasiona el evento taurino? La corrida de toros entra en la misma
categoría de las peleas de gallos, los juegos del circo romano con sus
gladiadores o el boxeo, son rituales de agresión en los que dos partes miden
sus fuerzas y el victorioso se alza como el más fuerte o apto. Este tipo de
prácticas se ven como artificios para satisfacer una injustificada hambre de
sevicia que es exclusivamente humana; a pesar de que estas competencias de
poder no acontecen solamente entre los humanos sino que tienen numerosos
ejemplos en el reino animal, por tal razón el gusto por los toros resuena con
la parte del talante humano que es mas instintiva e irracional. Aunque existe
un elemento distintivo y desconcertante en todo este proceso, el acto de danzar
mortalmente con el toro y darle su estocada final ofrece la sensación de un
triunfo humano sobre la descomunal potencia de la naturaleza, es algo que
reafirma nuestro lugar en el mundo ya que como especie vivimos en una carrera
dificultosa y constante de imponernos para mantener a raya al tiránico gobierno de la madre naturaleza. Otra causa de índole más cultural del porqué algunas
personas se sienten más atraídas que otras a la tauromaquia se relaciona con la
necesidad de algunos sectores conservadores de mantener una tradición que para
bien o para mal fortalece sus raíces históricas e identitarias en esta época
que justamente busca barrer y diluir todo rasgo de singularidad nacional o
regional.
Rousseau
pensaba equivocadamente que nuestro vínculo con la naturaleza era de profunda
concordia, nada más alejado de la realidad, realmente nuestra relación con ella
es compleja e incongruente; confundidos nos movemos entre seguir o desobedecer
las dinámicas y mandatos que esta nos impone.
La condición humana es dual y por eso vemos al toro de esa manera (como
lo he mencionado), en nuestro interior habitan
principios sublimes y brutales que no han llegado a coexistir armónicamente del
todo y que están batallando constantemente pero el tratar de suprimir alguno de
los lados solo nos traerá la destrucción moral, espiritual y material. Únicamente
podemos aspirar a un modesto balance alcanzado por la constante vigilancia de
la razón sin llegar a sofocar en extremo el deseo de nuestras pasiones más
primigenias.
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Minotauro - Pedro Requejo Novoa. |
Defiendo con vigor la idea de que para determinar la
continuidad o no de la fiesta brava debemos tener un debate que vaya mas allá de los
parroquialismos políticos y el populismo de turno, debe incorporar además la
imparcialidad de ideas y argumentos históricos, éticos, culturales, filosóficos
e incluso espirituales. Este tipo de debate aún no se ha dado en Colombia por
lo cual seguiremos caminando sobre hielo fino al referirnos a temas tan
controversiales como este.
* Finalmente debo hacer mención
al lamentable comentario del 11 de febrero en Twitter por parte de la ex profesora de la Universidad de los Andes, Carolina Sanín: “El toreo es una alegoría
mortal de la represión del deseo homoerótico. Representa el triunfo del
machismo sobre el deseo de ser penetrado. El torero mata a la bestia oscura que
él desea simbólicamente que lo penetre
con el cuerno. No queremos más víctimas de su falsa moral”. Este párrafo
presenta una literal, burda y torpe lectura del toreo, claramente Sanín
desconoce la compleja trayectoria histórica y religiosa que ha tenido el toro
de una civilización a otra; el animal ciertamente posee rasgos simbólicos referentes al
ímpetu del acto sexual como vehículo de la procreación y a la fertilidad de la
tierra, más nunca ha sido un referente simbólico de la homosexualidad represada. Su idea proviene de una interpretación tendenciosa, descuidada y malintencionada de las
teorías de Freud y refleja además el
pobre compromiso que tiene con la objetividad intelectual.
El argumento de Sanín es delirante y en su ansia por humillar a quienes gustan y viven la tauromaquia, se precipita a tildarlos de homofóbicos y reprimidos sexuales. Siendo ella simpatizante de las causas progresistas de izquierda, resulta infantil y deplorable que utilice la patologización del adversario ideológico, un recurso originalmente usado por los sectores menos razonables de la derecha y el conservadurismo para invalidar al contrario. Es imperativo que las figuras más visibles en ámbito cultural colombiano elaboren análisis de mayor sofisticación y madurez respecto a este y otros tantos temas.
El argumento de Sanín es delirante y en su ansia por humillar a quienes gustan y viven la tauromaquia, se precipita a tildarlos de homofóbicos y reprimidos sexuales. Siendo ella simpatizante de las causas progresistas de izquierda, resulta infantil y deplorable que utilice la patologización del adversario ideológico, un recurso originalmente usado por los sectores menos razonables de la derecha y el conservadurismo para invalidar al contrario. Es imperativo que las figuras más visibles en ámbito cultural colombiano elaboren análisis de mayor sofisticación y madurez respecto a este y otros tantos temas.
© Copyright 20 de febrero 2019 Diego Villa Caballero, Desde las Hespérides Blog.
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